Con la llegada del otoño aparecen en el mercado frutas de temporada como el membrillo, un producto que, por su sabor y textura, se consume cocinado.
Ya sea como gelatina, compota o como ingrediente de platos salados, su sabor agridulce y sus excelentes propiedades nutricionales los convierten en una de las estrellas de la temporada otoñal.
Según diferentes fuentes, su origen se sitúa en Persia, en Anatolia e, incluso, en la región del Cáucaso. En cualquier caso, el membrillo se cultiva desde hace 4.000 años.
En la antigua Grecia era conocido como la “manzana de Cydonia”, que fue una de las principales ciudades antiguas de Creta donde se cultivaban estos frutos de la mejor calidad, y que todavía hoy da nombre científico al árbol en el que se cultiva, Cydonia oblonga, más conocido como membrillo o membrillero.
Los griegos consumían este fruto en forma de mermelada, mientras que los romanos lo usaban en perfumería, por su potente aroma.
Sus beneficios nutricionales son muchos y diversos. Tiene un alto contenido pectina, taninos y fibra, por lo que ejerce una acción protectora de los intestinos. Diferentes estudios nutricionales le reconocen propiedades antidiarreicas. Además, debido a su acción astringente, los taninos de membrillo desempeñan un papel protector en la mucosa intestinal. También contiene compuestos fenólicos con propiedades antioxidantes.
La pectina tiene otras muchas propiedades beneficiosas. En primer lugar, ayuda a reducir los niveles de colesterol y azúcar en sangre. Además, tiene la capacidad de retrasar el vaciado gástrico y, por lo tanto, favorecer la sensación de saciedad.
Otros estudios le otorgan la capacidad de formar una barrera física que protege las células intestinales contra la infección microbiana.
A todo ello hay que añadir que es fuente de cobre, necesario para la formación de hemoglobina y colágeno, y de potasio, que estimula la producción de ácido clorhídrico por el estómago, favoreciendo así la digestión.
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